Imagen antigua de las caras de Buda en el templo del Bayon recién liberadas por la selva. |
Rafael Poch de Feliu
La Insignia. Camboya, febrero del 2007.
Pocos lugares hay mas apropiados para perderse en la idea de lo efímero de cualquier obra humana, que los grandes templos de Angkor. Extendidos a lo largo de 400 kilómetros cuadrados de jungla, invadidos algunos de ellos por la exuberante vegetación, con árboles monumentales cuyas raíces surgen como reptiles entre piedras y orgullosas obras de arte, son una demostración más de que cualquier civilización es mortal y perecedera.
Estos templos transmiten al visitante una inquietante sensación de asombro y misterio, comparable a la de los restos mayas de Yucatán. Tras percatarse de la pobreza de un país con el 36% de la población por debajo del nivel de pobreza, un 70% de analfabetismo una mortalidad infantil del 97 por mil y una esperanza media de vida de 57 años para los hombres, el viajero no puede eludir la idea de la grandeza perdida de una nación que en el siglo XX conoció una amarga sucesión de desastres desprendidos de la "guerra americana" de Indochina; la guerra civil, el hambre y los tres horribles años (1975-1979) del régimen de los "jmeres rojos", con su tremendo balance acumulado de muertes, proporcionalmente uno de los más letales del siglo.
A partir del siglo IX, en la "época oscura" en la que Carlomagno sentaba las bases de las primeras dinastías condales de la Cataluña vieja, y durante casi seis siglos, hasta vísperas del descubrimiento de América, aquí floreció una gran civilización, sembrada por el mundo indio pero profundamente "nacionalizada" por el componente jemer local. Los camboyanos, que comen con cuchara o con las manos, no con palillos, y que llevaban turbante hasta el XIX, son mas indios que chinos, lo contrario que sus vecinos y enemigos vietnamitas, siendo ambas naciones "indochinas", es decir algo no solo sometido a las dos influencias que contiene ese nombre, sino también profundamente especifico y particular, capaz de rellenar con su propia sustancia cualquier aporte extranjero.
"Sin India, Angkor nunca habría sido construida, pero Angkor nunca fue una ciudad india, de la misma forma que el París medieval no era una ciudad romana", dice un especialista.
El espacio de Angkor, "la ciudad" (el nombre deriva del sánscrito "Nagara", ciudad), también era geográficamente ambivalente. Un espacio anfibio, entre la tierra y el agua; fundamentalmente acuático en época de lluvias, continental por su lejanía del mar y por la jungla que lo rodeaba, pero bien y rápidamente conectado con el mar, a través de las rutas fluviales del sistema del Mekong. Todos esos templos enormes eran pequeñas islas en el mar de "la ciudad", que albergó a una población de hasta un millón de habitantes, una de las mayores concentraciones demográficas del planeta, en una época en la que una gran capital europea tenía 30.000 habitantes. Un lago pródigo en peces, el Tonle Sap -aun hoy aporta la mitad del pescado consumido en Camboya-, que brindaba una reserva casi inagotable de proteínas, generosos árboles frutales y hasta cuatro cosechas anuales, que la rica tierra de aluvión, los ingenios hidráulicos y el trabajo humano hacían posible, crearon "la ciudad". Los restos de piedra de los templos es lo único que ha sobrevivido a su extenso cuerpo de palacios reales y viviendas comunes de madera, bambú y paja.
La historia, la mítica y la "real" (en su doble sentido de verídica y de crónica de gestas de reyes), se desprende de centenares de metros de relieves, narrando episodios de la Ramayana y otras epopeyas indias; tremendas batallas entre ejércitos de monos y reyes míticos a lomos de elefantes, feroces ejércitos, en formación, o destruyendo enemigos, o regresando de victoriosas campañas cargados de esclavos encadenados, arrodillados y mortificados. También crónicas sobre el buen gobierno de los reyes esculpidas en la piedra, frecuentemente en versión bilingüe, sánscrito y jemer.
A partir de las piedras se han realizado completas cronologías. Con el tiempo, los eruditos han descubierto complejos códigos y simbolismos religiosos y astronómicos en la disposición, orientación y medidas de los templos y recintos. Las inscripciones son prodigas en expresiones de la paternal afección del monarca/ Dios hacia sus súbditos. "Con la atención de un padre querido hacia sus hijos / secó las lagrimas de sus afligidos súbditos", reza una. Otra informa del personal que atendía uno de los templos: "18 sumos sacerdotes, 2740 religiosos, 2200 asistentes litúrgicos, 615 bailarinas…". Pero muy poco, o nada, se dice sobre la estructura social, la naturaleza del esclavismo y las diferentes categorías que contenía, sobre la vida de la gente común. Ninguna noticia sobre plagas y epidemias, sobre la invasión mongola, ni sobre el misterioso abandono de la ciudad en el siglo XV, al parecer como consecuencia de problemas con la organización de la irrigación del reino que disminuyeron la capacidad militar contra sus enemigos, en una época en la que la malaria hizo su aparición en la tierra firme del sudeste asiático.
Deducir la historia de las piedras de Angkor, es como pretender atrapar la complejidad de la sociedad medieval a partir de la decoración y los simbolismos de nuestras catedrales góticas. Los documentos de archivo sobre la historia de la gran civilización jemer que pudo haber, parece que ardieron, o sucumbieron a un clima y a unos insectos demasiado crueles con el tejido vegetal que era su suporte. Así que solo queda la piedra. La piedra y algo más.
La memoria y conciencia de "la ciudad", las realidades de la gloria pasada de su gran civilización, nunca desaparecieron de la mentalidad jmer, y puede que hasta haya sido lo mas fuerte en la cimentación de su nación.
Camboya convivió con el colonialismo francés sin grandes traumas (en Phonm Penh hay una avenida Charles De Gaulle, además de otra dedicada Mao Tse Tung y a Kim Il Sung, buen amigo del rey Sihanuk, cuyos guardaespaldas son norcoreanos) y mantiene hasta hoy una monarquía tradicional. Cuando los hombres de ciencia franceses, como el entomólogo Henri Mouhot, "descubrieron" Angkor a mediados del XIX, ésta no sólo había sido descrita tres siglos antes por sacerdotes españoles y portugueses como Marcelo de Ribadeneira y Diego do Couto, sino que nunca había sido olvidada por los propios jemeres. Los camboyanos sabían que aquellas piedras sepultadas en la jungla eran la obra de sus ancestros. La explicación recibida de los locales por los científicos franceses de principios de siglo sobre el origen de la ciudad, era la de que había sido construida por Pisnukar, un arquitecto celeste, lo que es muy fiel a las propias leyendas míticas que la ciudad creó en vida. El mayor de los templos, Angkor Vat (el "templo de la ciudad") probablemente nunca fue abandonado del todo por una comunidad de lamas, que en 1850 aun mantenía a un ejército de cerca de un millar de esclavos hereditarios. Los camboyanos han puesto la silueta de Angkor Vat en el centro de su actual bandera nacional (y de otras anteriores), lo que da una idea del lugar que ocupa aquel pasado en su identidad nacional.
A diferencia de sus vecinos vietnamitas que sobrevivieron a un milenio de dominio chino, vencieron a los mongoles, al precio de extenuarse casi por completo en la empresa, y afirmaron su identidad en el contraste con amenazas exteriores, luchando y resistiendo contra sucesivos invasores, los camboyanos "se hicieron" en otro tipo de procesos mas "internos". Antes de la llegada de los europeos a la región, la doble debilidad de sus rivales vecinos, Tailandia y Vietnam, por anexionársela, instaló a Camboya en una posición de "país colchón" entre los dos reinos de los que era vasallo. Cuando los franceses se anexionan Camboya, mantienen el territorio separado e integran a su monarquía en el esquema colonial, sin disolverla, al contrario de lo realizado por los británicos en Birmania y ellos mismos en Vietnam. El "descubrimiento" francés de la civilización de Angkor y su presentación a los camboyanos, reavivó la identidad nacional camboyana. Los tres gobernantes de Camboya de la segunda mitad del siglo XX se inspiraron en aquel pasado. El príncipe/rey Sihanuk se dejaba comparar con Jayavarman VII. Cuando Sihanuk fue destituido por la republica, el primer ministro Lon Nol se arrogó la "divina misión" de liberar a Camboya de los "no creyentes". Cuando estos, los comunistas, llegaron al poder, su líder, Pol Pot, clamaba que, "el pueblo que levantó Angkor será capaz de cualquier cosa". Los tres fueron víctimas y resultado de la "guerra de América" en Indochina.
Como explica el historiador David Chandler, el rey de Camboya fue considerado "filocomunista" en el Pentágono -el gobierno de facto de la degenerada república americana, según Chalmers Johnson- por intentar mantenerse neutral. Las fuerzas pro occidentales de Lon Nol, que le relevaron con la republica en 1970, fueron una pieza de la geopolítica de la retirada estadounidense de Vietnam. Pol Pot y sus "jemeres rojos", una mezcla de fanatismo maoísta, ignorancia, crueldad agraria juvenil y "socialismo budista", forjaron su programa tras pasar siete años en el bosque y cinco en guerra civil, mientras los B-52 estadounidenses devastaban una sociedad rural tradicional, matando a varios centenares de miles de campesinos.
Muchos aldeanos locales, especialmente los adolescentes que fueron la carne de cañón del ejército de Pol Pot, eran, como decía Mao, "pobres hojas en blanco" sobre las que era muy fácil escribir los preceptos de la nueva cruzada en pos de la transformación radical, que recreó las estampas más crueles de los frisos de Angkor. "Sin la guerra, Sihanuk no habría sido derrocado y los comunistas camboyanos seguramente no habrían llegado al poder", dice Chandler.
Tras un paréntesis de 20 años, desde el golpe de 1970 hasta la definitiva pacificación de los noventa, los turistas han vuelto a Angkor. El año pasado vinieron 1,7 millones, lo que supone el 12% del PIB camboyano. "Muy poco del dinero que los templos dejan, revierte en los camboyanos", comenta en Phnom Penh un expatriado. Compañías de aviación, hoteles, servicios y comercio, están muchas veces en manos de extranjeros o de la corrupta elite local, dice. La población que vive a pocos kilómetros de los templos, no obtiene beneficio ninguno de ese río de oro turístico.
En Rattanakiri, una provincial pobre del noreste, el sistema de sanidad del estado (es un decir) esta subarrendado a una ONG holandesa, me explica su directora administradora, Cora Van Leeuwen. La enseñanza es un grave problema. Hasta en las provincias mas pobres, como Rattanakiri, se ven escuelas, muchas de ellas recién construidas, pero no hay maestros, porque el salario de un maestro en Camboya no alcanza ni para comer, y nadie en su sano juicio quiere venir a provincias. Mi traductor, el Señor Bun Long, un hombre de 40 años que estudió en una escuela rural sin techo en la época de los bombardeos, critica a las ONG que construyen escuelas sin preocuparse por dotarlas de profesores, como si fuera una responsabilidad de ellas… El país, en resumen, presenta casi todos los síntomas posibles del mal gobierno. Hasta el somnoliento y vecino Laos, con parámetros de subdesarrollo parecidos, está mejor gobernado que Camboya.
"Los camboyanos viven en su pasado, para ellos el presente y el futuro no cuentan", dice el escritor Ong Thong Hoeung, a quien encuentro en la ciudad de Siem Reap. Residente en Bélgica desde 1982, simpatizante de la izquierda, compañero de Michel Rocard y Daniel Cohn Bendit en el mayo de 1968, cuando era un estudiante en Paris, Ong Thong Hoeung regresó a Camboya en 1976 junto con un gran grupo de jóvenes estudiantes del extranjero, entusiastas por contribuir al cambio de la "Camboya Democrática", tal como se llamaba el nuevo régimen de Pol Pot. Sus representantes en París les habían llamado a "regresar a la patria". Volaron vía Pekín, entonces la única conexión aérea de Phnom Penh. Al llegar les hicieron subir en un camión y los llevaron directamente del aeropuerto al "campo de reeducación".
"De los que venían de Estados Unidos y la URSS, no sobrevivió nadie ("agentes de la CIA y del KGB"), de los que venían de los países del Este mataron al 80%, y de los que, como yo, venían de Francia sobrevivimos un 15%", recuerda. En una ocasión, cuando un camión vino a buscarlos a su centro de reclusión para llevarlos a algún trabajo, alguien le hizo descender en el último momento porque una persona debía quedarse para dar de comer a los cerdos. Todos los del camión fueron fusilados. "No se por qué estoy vivo", explica 30 años después.
Con tres cuartas partes de su familia aniquilada entonces, su casa destruida, sus amigos y compañeros venidos del extranjero aniquilados… no es casualidad que la visión de Camboya de Ong Thong Hoeung sea amarga y tormentosa. Lo reconoce, pero, dice, "mi crítica es honesta", "se hace en bien de mi país". Preguntado como fue posible, que, además de la "guerra de América" en Indochina, de la inducida guerra civil camboyana, del entramado cultural, etc, etc., los camboyanos se mataran de aquella forma, eliminando en los tres años del régimen de Pol Pot a quizá uno de cada 7 habitantes (1,7 millones) por hambre, enfermedades, trabajo forzado y fusilamientos -más de 200.000, según las estimaciones mas moderadas-, Ong Thong Hoeung habla de la ignorancia de sus compatriotas, de su fijación por el pasado, de su incapacidad por afirmar un gobierno eficaz…
"Los camboyanos nos hemos de liberar del templo de Angkor, Camboya debe vivir en el presente y para el futuro, no para recuperar su grandeza pasada como pensaba Pol Pot", dice. ¿Estamos ante un país enfermo de su gloria pasada?. Ong Thong Hoeung no lo sabe, pero se pregunta por qué no hay escritores camboyanos. "Los camboyanos no leen", dice. "En el colegio aprenden de memoria, pero no verá usted libros en sus casas, ni siquiera en la de los licenciados y doctores", explica. Hay mucha exhibición de títulos académicos pero no hay profesionales, no hay técnicos competentes; de cada cinco personas con títulos solo hay un profesional. "¿Por qué Camboya es de los raros países de la región que no despegan, cuando todos lo hacen?", se pregunta. Instalado en su pasado glorioso, "el país debe comprender que el mundo no le espera para avanzar".
Ong Thong Hoeung es un acérrimo partidario del juicio a lo que queda de la cúpula de los "jemer rojos", una operación a cargo de un tribunal mixto (internacional/camboyano) que languidece desde hace varios años. Mientras los viejos jerarcas del régimen de Pol Pot se van muriendo de viejos, en el país no hay clamor para que el juicio se celebre. Son los extranjeros los que insisten en ello.
En su momento de mayor apogeo, con el rey Suryavarman II, a partir del año 1113, el reino de Angkor se extendía mucho más allá de la actual Camboya, desde Vietnam a Birmania y hasta territorio de Malasia y Tailandia. ¿"Cree que algún día podremos recuperar la tierra que nos robó Vietnam"?, me pregunta el Señor Bun Long.
El académico Keng Banska ha provocado el furor de algunos de sus compatriotas por afirmar que el rey Jayavarman VII, que gobernó el cenit de Angkor, era sólo medio camboyano, de padre champa y madre jemer. Dieciocho periodistas de Phnom Penh suscribieron a finales de enero una protesta pública acusando al académico de "falsear la historia" e "insultar a la familia real". La misma semana, la prensa en inglés y francés de Phnom Penh, controlada por extranjeros, había sido pródiga en noticias; la supuesta muerte por hambre de un recluso en una prisión del Estado, las cifras del Programa de Alimentos de Naciones Unidas sobre el número de camboyanos amenazados por hambre, o el encarcelamiento de trabajadores del caucho sobreexplotados. Ninguna protesta.
Camboya es un país suave y, aparentemente, indiferente a su destino. De aquel magnifico universo de templos y palacios engullidos por la selva, ha resultado una nación sostenida por las ONG.
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